[Opinión] El Mundo no deja de Sorprenderte
Por Valentina Araya Barrientos
«¿Es posible que tus creencias e ideologías te definan de tal forma que no puedas cuestionarte las cosas que haces, ni que puedas tener tu propia identidad? Comprendo que existen culturas muy exigentes con sus valores y reglas, pero, ¿Es aceptable olvidar que bajo todas nuestras ideas, opiniones, creencias, color, estatus sociales, somos todos iguales y tenemos todos los mismos derechos?».
21 primaveras recién cumplidas, dos maletas y una mochila que tenía la mitad de los cierres malos, un iPod lleno de música mamona y un par de reggaetones pa’ animar el alma, un par de lagrimitas reprimidas y unas ganas enormes de conocer el mundo.
Con eso me despedí de Chile un 3 de Enero por un programa que ofrece la FCFM, el cual por dos meses permite ser un alumno más de la Universidad de Alabama en un pueblito llamado Tuscaloosa, en el estado de Alabama.
Yo sabía que éramos más o menos unos 15 chilenos, la mayoría de la Universidad, los que viajábamos por el mismo programa, pero no les vería las caras hasta que llegáramos a los añorados Estados Unidos. Por suerte mía, y para amenizar las 15 horas de vuelo que se me venían por delante, dos amigas viajaban conmigo en el mismo programa, el mismo día, mismo vuelo, a la misma hora y en el mismo canal, así que solamente se me iba a dormir el poto (no sé si se puede decir eso en las redes sociales, permiso), pero por lo menos no me iba a aburrir ni a romper en llanto en la mitad del viaje.
Miami fue la primera ciudad que nos recibió, y que nos tendría encerradas en su aeropuerto por unas 5 horas mientras esperábamos el otro vuelo que nos llevaría a Alabama. Como todo en Miami está en inglés y español, todavía podría sobrevivir con mi mejor español chileno y todos me responderían con su mejor español con acento de Doctora Polo.
Finalmente llegamos a Alabama, nos encontramos con la mayoría de los chilenos en el camino y ya no había vuelta atrás, me di cuenta de eso cuando mi vejiga me pidió una visita a los baños gringos del aeropuerto. Nada en español, ni un «no botar papeles ni toallas higiénicas al WC», ni un «Juan el más wachito del curso» escrito en la puerta del baño. Nada, estaba perdida, «Dónde me vine a meter, virgencita de Guadalupe», fue lo primero que pensé; pero mis ganas de acercarme a lo gringo y desconocido que había cultivado gracias a años y años de mirar series y chamullar muchas canciones en inglés, me hizo salir de ese baño creyéndome capaz de suplantar hasta a Obama.
Llegamos al Campus en Tuscaloosa y nos instalamos en nuestras piezas con nuestros respectivos «roommates». A partir de este momento, todo se empezó a parecer a una película gringa; las piezas estaban en esos pasillos donde hay más piezas, más gente con la que compartir el único baño que había en el piso, más gente con la que decir «I’m from Chile» y explicarles dónde quedaba porque casi nadie lo cachaba.
Las clases no partirían hasta dos días después, asique salimos a turistear a lo buen chileno: sin ninguna idea de dónde íbamos ni dónde estábamos. Volvimos sanos y salvos y listos para empezar las clases. «Van a ser como unas vacaciones» le dije a mi mamá cuando le conté del viaje, bueno, le mentí. Tenía clases todos los días a las 8:30 am, sin parar hasta la hora de almuerzo, así que valiente y con muchos gorros, bufandas y chaquetas, partí a mi primer día de clases. Me sorprendió ver que éramos a lo más 5 personas de habla hispana en mis clases, y los demás se dividían entre árabes, turcos, coreanos, chinos y japoneses (que en mi ignorancia inicial, eran todos igualmente asiáticos, ahora les pido perdón).
Los días pasaban y cada vez estaba más emocionada porque empezaba a entender lo que en realidad estaba viviendo. Todo se volvió algo más que aprender inglés, tenía la oportunidad de conocer otras culturas, otras realidades, ver la vida desde una perspectiva que nunca pensé tener. Cada tres pasos que daba me encontraba con una persona que tenía otra forma de vivir y otras creencias, y lo mejor era que estaban dispuestos a contármelas y responder todas mis preguntas.
Me llamaba mucho la atención el fervor con el que cada persona se aferraba a su identidad cultural, así que aproveche de hacer las preguntas difíciles, esas que a nadie le gusta responder.
Muchos prejuicios rondan la cultura árabe, como el tema del machismo, la intolerancia tanto religiosa como a la diversidad sexual, la importancia que le dan a los bienes materiales, la poligamia, y muchos otros. Aproveché una actividad en donde yo debía elegir un tema y dirigir una discusión de grupo para poner el tema de la homosexualidad en la palestra.
Mi grupo estaba compuesto por dos niños árabes, una niña china y yo; comencé a hacer las preguntas y como yo era la que dirigía la discusión no podía hacer ningún tipo de comentario sobre las respuestas que daban mis compañeros, lo que me costó muchísimo ya que tengo súper arraigados mis valores y opiniones. Partí preguntándoles su opinión sobre la homosexualidad, y la respuesta que obtuve no estuvo tan lejos de la que se escucha aún en Chile, me dijeron que estaba mal, ya que el plan de dios era que un hombre debía estar con una mujer y que todo lo que fuera diferente a ese plan no lo aceptaban. Continué sin tomarme muchas molestias en refutar su punto de vista, ya que sabía que tendría que guardar fuerzas para las preguntas más difíciles; la siguiente pregunta fue si en su país era común ver a gente homosexual expresarse libremente, a lo que los árabes respondieron con un rotundo «en mi país no existen los homosexuales». Fue aquí donde mi paciencia comenzó a acabarse, pero sabía que en el fondo no era su culpa ser tan ignorantes, sino que era culpa de la cultura en la que estaban inmersos, por lo que decidí ahondar más en este tema para intentar entender el porqué de su respuesta.
Les pregunté por qué creían que no habían homosexuales en su país y me respondieron con un tajante «porque no los hay», los miré con mis ojos más saiyajin asesinos (tuve que googlear cómo se escribía, al principio había escrito sayayin, amantes del animé tengan piedad) y les dije «¿Cómo puedes estar tan seguro?», después de eso suavizaron su tono y me dijeron que probablemente sí existían homosexuales en su país, pero que no se mostraban por miedo.
Después de esto me olvidé por completo de la discusión grupal y simplemente me dediqué a conversar. Con curiosidad mezclada con un poco de miedo porque creía saber lo que me iban a decir, pregunté a qué se debía ese miedo y me respondieron lo que hubiera preferido nunca confirmar; dijeron que en su país matan a los homosexuales en una ceremonia pública. Mis ganas de decirles lo equivocados que estaban ellos y su cultura me empezaban a superar, pero entendía que estaban muy inmersos en creencias que para ellos son incuestionables, regidas por el miedo y el castigo inmediato, asique continué la actividad. Me nació una duda que no pude reprimir, así que al final les pregunté qué sucedería si un hermano de ellos resultara ser homosexual, qué harían ellos en ese caso, a lo que respondieron que lo delatarían inmediatamente, porque era mejor para la honra de su familia tenerlo muerto a que la gente supiera que era gay.
No pude evitar quedarme pensando en esto el resto del día, cuestionándome un montón de cosas, como si la religión te debería definir tanto a nivel personal, llegando a hacerte creer que matar a otro ser humano sólo por el hecho de vivir de forma distinta su sexualidad está bien, y que con eso estás honrando a tu dios y debes caminar con la cabeza en alto porque según tus creencias, no has hecho nada malo. ¿Es posible que tus creencias e ideologías te definan de tal forma que no puedas cuestionarte las cosas que haces, ni que puedas tener tu propia identidad? Comprendo que existen culturas muy exigentes con sus valores y reglas, pero, ¿Es aceptable olvidar que bajo todas nuestras ideas, opiniones, creencias, color, estatus sociales, somos todos iguales y tenemos todos los mismos derechos?
También me di cuenta de que el hecho de ser mujer te limita socialmente en muchas partes, lo que me deprimió de sobremanera. Una chica árabe me contaba que las mujeres no tienen permiso para manejar en su país, y que no tienen derecho a elegir con quien casarse, ni pueden plantear la idea de un divorcio al momento que lo encuentren necesario ni negarse a la petición de divorcio de su esposo, el cual puede tener hasta 4 esposas más si él así lo desea. Al momento de trabajar en actividades grupales con otros niños árabes, mi opinión nunca era tomada en consideración aunque fuera la correcta, no creían en mi respuesta por ser mujer, y terminaban preguntándole al profesor, el que respondía lo mismo que yo les había dicho un rato atrás.
Vivir estas experiencias fue lo mejor que me ha pasado en mi cortita vida, me hizo cambiar mi visión sobre muchas cosas y ser más abierta con respecto a algunos temas. También eliminó la mayoría de mis prejuicios con respecto a Estados Unidos, y a las millones de culturas que se juntan allá, todos buscando las mismas oportunidades.
Si antes de irme me hubieran pedido definir al chileno, no habría tenido idea de cómo hacerlo. Pero ahora que tuve la oportunidad de ver a nuestra cultura de forma aislada, y en contacto con culturas tan diferentes, no tengo ninguna duda de la identidad que tenemos como país. Somos alegres, buenos pa’ la talla, no dudamos nunca en ayudar a alguien que lo necesita y siempre intentamos ver lo mejor de todas las situaciones. Volví con el pecho muy inflado por ser chilena, y por vivir en un país que aunque no esté del todo bien, hay que mirar el cuadro más grande, y notar que no estamos tan mal como creemos.
Gracias a mi familia por darme la oportunidad de vivir todo esto y a mis amigas que fueron conmigo, sin ellas probablemente haya terminado llorando en una esquina en posición fetal.
Un honor, chiquillos!